Claudio Aguilera, socio fundador de PLOP! Galería, en la Feria del libro Infantil de Bolgna (Italia) |
Segundo día de feria. No sé si es el cansancio o que uno se empieza a acostumbrar, pero baja la ansiedad y comienzas a disfrutar los pequeños momentos. Hablando de pequeños: ¿sabían que en esta feria no se permiten niños? Aquí hay solo profesionales, editores que hacen libros para niños, ilustradores que dibujan historias para niños, para traductores… (se entiende, ¿no?) Pero no hay lugar para los niños, hay juguetes pero no se juega y hay historias para contar que no se cuentan. Y hace un rato que hacer libros para niños se ha vuelto, en algunos casos, un tema demasiado serio (Vaya a darse una vuelta por algunos stand ingleses, alemanes y estadounidenses, y sabrán).
Por suerte aún hay gente que se aventura. Mariela, una argentina que vive en Berlín hace más de 15 años y hace unos seis comenzó una librería que hoy es una referencia en una de las capitales culturales de Europa. A pesar de lo bien que suena, cada día sigue estando lleno de esfuerzo. Trabajar con libros, y con libros para niños, tiene más que ver con una ideología, con una apuesta de vida, que se nutre sobre todo de pequeñas satisfacciones, dice.
Algo similar debe sentir la fundadora de Pequeño Editor, la argentina Ruth Kauffman. Su sello es parte de una red independiente de editores argentinos, la cual lleva muchos años participando en Bolonia. En esta oportunidad Argentina tiene un stand propio, donde presenta al mundo la diversidad y calidad de sus publicaciones, entre las que la historia de las Abuelas de la Plaza de Mayo y de la dictadura argentina contada a los niños es un ejemplo a seguir.
Al otro lado de la feria, y del espectro editorial, una representante del gigante francés Gallimard nos comenta que publican más de 600 libros por año y algunas colecciones tienen tirajes de más de un millón de ejemplares que se venden en el mundo entero. Un monstruo con 100 años de historia. Ella tiene claro que sus libros son y deben ser masivos. “No hacemos libros de artistas, nos interesan ilustradores que sean capaces leer el texto y tengan la capacidad de adaptarse a diferentes exigencias. Tampoco importa si son japoneses, franceses o chilenos”. Y lo dice mientras ojea el catálogo de ilustradores chilenos que hicimos con Ocho Libros, algo que abre posibilidades que no sospechamos donde puedan desembocar, o si lo harán algún día.
A fin de cuentas hay que ser un poco exploradores, porque no hay mapas ni rutas. Ni en Bolonia, ni en Tokio ni en Santiago de Chile. ¿Pensó en sus inicios Isol que ganaría un día como hoy el Premio Astrid Lindgren, el mayor galardón mundial en literatura infantil y juvenil? O creyó la fundadora de Emme, un sello vanguardista que revolucionó el libro infantil para niños en Italia publicando a Maurice Sendak, Bruno Munari, Tomi Ungerer, proyectos de artistas y apuestas poco habituales para entonces, que sesenta años después se haría una muestra en su homenaje en el marco de esta feria. ¿Qué hubiera dicho la artista austríaca Nina Wehrle si alguien le hubiera dicho que después de ser elegida la mejor ilustradora de Bolonia estaría acá nuevamente presentando un libro sobre Guillermo Tell y ha meses de viajar a Chile?
Imposible saber. Y Bolonia está llena de libros que nacieron en estos mismo pasillos, en el encuentro siempre azaroso entre alguien que tiene una idea y alguien que quiere llevarla a cabo. Piano, piano va lontano, era una de las pocas frases en italiano que sabía antes de viajar a Italia. Ahora también sé que la grapa no es una especie de corchete, que el burro y el gorgonzola no son personajes de Shrek, que a todo esto fue primero un libro infantil y su autor jamás pudo soñar el éxito que tendría, y que el asunto no es si alcanzas o no algún día la zanahoria, sino que harás con ella cuando la tengas.
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