lunes, 25 de marzo de 2013

Crónicas a la boloñesa 2: ¡Bolonia bien vale una misa!

Es el primer día de feria y sólo se me vienen a la cabeza adjetivos con connotación bíblica. Peregrinación, éxtasis, purgatorio, santuario, redención… Debe ser la proximidad de la Santa Sede, pero lo cierto que la Feria del Libro Infantil de Bolonia puede ser un paraíso o un infierno. Depende de cómo lo mires.
 
Todo comienza con una larga procesión hacia el ingreso, un serpenteante y angosto camino en el que se unen en una gran babel las voces de ilustradores de todo el mundo venidos a presentar su portafolio a editores muchas veces cortos de tiempo… y de genio. Pero como cada uno tiene su santo, ellos también, los editores, andan en busca de aquel samaritano que lleve la buena nueva de su producción al otro extremo del planeta. En otras palabras, todos buscan un milagro: unos que los publiquen, otros que les compren sus derechos de publicación.
 
Para lograr cualquiera de estos dos fines es necesario tener mucha fe. Fe sobre todo en la calidad del propio trabajo y capacidad de poner la otra mejilla cuando se trata de ser rechazado. También una dosis extra de autocrítica y un profundo conocimiento de sus propias debilidades y talentos (¿Recuerdan la parábola?). Pero como comentaba un ilustrador con carrera en el cuerpo, esto se trata de eso. Escribir un libro, ilustrarlo, editarlo y publicarlo es un pequeño vía crucis que, aquellos que se sienten llamados, deben saber vivir sin olvidar jamás que al final del camino se encuentra la gloria, signifique lo que signifique eso.

Todo esto para decir que Bolonia es un lugar en el que hay que llegar con coraje. Recorrer aquellos centenares de stand, ver millones de libros maravillosamente ilustrados, atisbar los engranajes de una industria que mueve enormes sumas y poder ver en vivo a los grandes profetas de la ilustración moderna te hace sentir una partícula en el espacio y te obliga a preguntar: de dónde vengo, hacia dónde voy.

Lo que es yo, vengo de Chile, lo que significa que somos como un electrón de una partícula entre las supernovas de la edición mundial. A decir verdad, Chile es en Bolonia una mesa, una silla y una estantería de libros, que están ahí porque, a fin de cuentas, los milagros existen.

Sin embargo, creo saber hacia dónde vamos. Es que deberíamos cantar alabanzas simplemente porque a pesar de estar a años luz de países como Argentina o México, nuestros ilustradores despiertan interés y causan atención. Poco a poco se comienza a sentir que algo está pasando con la ilustración chilena. Nadie sabe muy bien qué, ni siquiera nosotros para ser sinceros, pero no son pocos los que hablan con sorpresa y un toque de admiración. Y seamos sinceros, los libros ilustrados que se están haciendo en Chile dan la pelea, y la presencia de compatriotas como Paloma Valdivia, Claudio Romo, Leonor Pérez, Sole Poirot o Ale Acosta en importantes catálogos internacionales es una buena señal. Nos falta mucho por recorrer, faltan políticas públicas y gestión, falta visión y decisión, pero tenemos la materia prima. Y no se les ocurra repetir eso de que somos un mercado pequeño: tuvimos la mala ocurrencia de comentarlo con una editora coreana y su respuesta fue lapidaria: nosotros también. Sus palabras dichas en medio de centenares de libros magníficos y entre algunas de las editoriales más interesantes de toda la feria, deberían quedar grabadas en piedra. Entendámonos, no es necesario ser Goliat para ganar. Los proyectos editoriales más llamativos no son los más grandes: Planeta Tangerina de Portugal, Topipittori de Italia, A buen paso o Zorro Rojo de España o Tragaluz de Colombia no valen por la cantidad, sino por la calidad. Lo mismo para emprendimientos como Iconi, el Ilustradero, Sármede, y sí, también PLOP! Galería (sí, lo digo, aunque la soberbia sea pecado capital) que sin querer caminar sobre las aguas multiplican los panes y peces para lograr hacer exposiciones, charlas y encuentros que abren nuevos espacios a la ilustración en los cuatro confines del mundo.

Para ir finalizando estas palabras: os quiero contar que he presenciado un milagro. Pero primero una confesión y espero que me absuelvan: con esto de ver a tanto lustrador admirado me da por volverme un poco groupie y no puedo evitar querer llevarme un recuerdito (¡avaricia!). Ayer fue Hervé Tullet, hoy Roberto Innocenti y Ana Juan. Decidido a llevarme un autógrafo de esta última anduve merodiando el stand donde firmaba sus libros como que no quería la cosa. Fui, volví, tomé un libro, comparé precios y calidades hasta que me decidí (qué culposos somos!). Entre tanto veía a una mujer de cabellera ensortijada y luto riguroso, casi dark, que firmaba sin inmutarse. Me pidieron que volviera en un par de horas para retirar el libro firmado. Así lo hice y después de un rato salía de la feria muy contento con mi libro firmado por Ana Juan.

Vino el aperitivo con amigos mexicanos y colombianos, después la cena con españoles (¡gula!), y entonces se pierde Isabel. No la veo, habrá ido al baño, no vuelve, qué raro. Todos se están yendo y me levantó para buscarla en la otra sala. Y aleluya, ahí estaba ella con Ana Juan en persona (¡envidia!), tomando una copa de vino y conversando de lo humano y lo divino. Milagros que solo suceden en Bolonia.

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